Exposición "Los hilos de la vida", UNAM
Los hilos de la vida
Por Christian Rea Tizcareño
Las manos de Ángel Solano, llenas de gracia y eternamente pecadoras, desenredan la maraña, tejen los hilos de la vida, reconstruyen lo podrido, purgan su condena en la cárcel de una sociedad enferma de odio. Sus ojos, inquietos y morbosos, ven la miseria humana. Sus oídos escuchan las voces del esquizofrénico. Su piel sufre una metamorfosis al recibir los flagelos de la mujer indígena. Su boca insaciable degusta el fruto prohibido del judeocristianismo y el alimento para los enfermos. Su corazón se desgaja, al igual que los cerros de las comunidades más pobres de México. Sus gatos maúllan desesperadamente, se han quedado ciegos, o quizá han decidido quedarse en la oscuridad para no ver más la soez realidad que maquillan los discursos hegemónicos. Sus personajes usan camisas que evocan a la aparente utopía. Sus múltiples rostros se tiñen de dolor, angustia, melancolía y desesperanza…
Criaturas asesinadas rondan la cabeza degollada del autor de “Los sueños muertos”. La sangre que escurre por las paredes de sus cuadros lava el dolor del infante abandonado. Las muñecas mutiladas lloran e ironizan al mismo tiempo. El escusado se lleva sus lágrimas. Los huesos se quiebran. La mente se enferma. Las telas se evaporan. Ernestina Ascencio Rosario yace en su lecho de muerte esperando justicia. El amor muere y resucita. La fe tiene relaciones sexuales. El tiempo se suicida. Las piezas perdidas del rompecabezas se reencuentran y se ensamblan. La magia de un telón surrealista abraza los objetos más apreciados del artista. Las hojas de cuaderno se elevan por el aire del cruel otoño. Los pies se han cansado de recorrer los adversos caminos. Los animales asesinados representan análogamente a la abyecta humanidad. El clóset de Ángel Solano deja salir una verdad en estado gaseoso, la cual vuela por el cielo de las grandes mentiras. La abuela, ahora infinita como los astros del universo, vive efímeramente en el óleo. Las huellas rojas decoran el rostro de un padre amorfo. Un desierto lleno de clavos se lleva el olvido, y en medio de la desolación una muñeca de trapo es el oasis de los sedientos.
Criaturas asesinadas rondan la cabeza degollada del autor de “Los sueños muertos”. La sangre que escurre por las paredes de sus cuadros lava el dolor del infante abandonado. Las muñecas mutiladas lloran e ironizan al mismo tiempo. El escusado se lleva sus lágrimas. Los huesos se quiebran. La mente se enferma. Las telas se evaporan. Ernestina Ascencio Rosario yace en su lecho de muerte esperando justicia. El amor muere y resucita. La fe tiene relaciones sexuales. El tiempo se suicida. Las piezas perdidas del rompecabezas se reencuentran y se ensamblan. La magia de un telón surrealista abraza los objetos más apreciados del artista. Las hojas de cuaderno se elevan por el aire del cruel otoño. Los pies se han cansado de recorrer los adversos caminos. Los animales asesinados representan análogamente a la abyecta humanidad. El clóset de Ángel Solano deja salir una verdad en estado gaseoso, la cual vuela por el cielo de las grandes mentiras. La abuela, ahora infinita como los astros del universo, vive efímeramente en el óleo. Las huellas rojas decoran el rostro de un padre amorfo. Un desierto lleno de clavos se lleva el olvido, y en medio de la desolación una muñeca de trapo es el oasis de los sedientos.
"La cabeza llena de olvido", 2005
óleo y temple sobre tela/madera
40 x 50 cm
Colección Casa Serra y Sucesores S.A de C.V.
"Retrato de mi abuela", 2001
óleo sobre tela/madera
40 x 30 cm
"Alimento para los enfermos", 2007
óleo sobre tela
50 x 100 cm
Colección privada
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